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Blog de Antonia Durán Ayago
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Archivo | junio, 2016

Lo que fue el 2013 y lo que puede ser el 2014

Apuramos los últimos días de 2013 y toca hacer balance. Recordarán que el año pasado por estas mismas fechas escribí una carta abierta a los Reyes Magos en la que pedía algunas cosas para el año que ya termina. Lo cierto es que reconozco que aunque se han esforzado, la situación no ha mejorado en demasía. Parece que la mejora ha llegado para quienes menos han sufrido esta crisis y para los que en buena medida han contribuido a crearla. Después de esa ingente aportación de dinero público a los bancos, parece que ya respiran de nuevo tranquilos. En cambio, las familias siguen sufriendo la difícil situación que ya nos acompaña durante demasiado tiempo.
Algunas veces ya hasta me pesa tener que volver a repetir lo que tantas veces he dicho: me apena y me preocupa la ineptitud de los que dicen ser representantes de lo público. Y no sólo de su ineptitud, también su falta de sensibilidad, su falta de delicadeza, su falta de ética, su falta de consideración para con todos los ciudadanos.
Si miro atrás, me doy cuenta de todo lo que hemos perdido en estos años. Quiero creer con todas mis fuerzas que seremos capaces de recuperar derechos que han sido vilmente cercenados o políticas acertadas como las relacionadas con la dependencia, que han sido eliminadas. Necesito creer que seremos capaces de recuperar todo lo bueno que se había hecho. Y quiero creer además que la justicia podrá seguir actuando, y que será implacable con todos los corruptos que desgraciadamente durante demasiado tiempo han campado a sus anchas. Las manzanas podridas hay que eliminarlas de raíz. Por tanto, lo primero que debería hacerse, lo que debería exigirse a todos los partidos políticos es que eliminaran de sus filas a todos los imputados, no ya sólo a los condenados con sentencia firme. No se imaginan el daño que hace en el actual contexto comprobar cómo los delincuentes de guante blanco han ocupado puestos de responsabilidad y se les sigue amparando por las instituciones. También los ciudadanos deberíamos ser más conscientes de nuestro poder y denostar con nuestro voto a aquellos partidos en los que se haya demostrado que las corruptelas han anidado entre sus filas.
En el terreno de lo concreto, debería llegar el momento en que el gobierno se fijara en los ciudadanos de a pie, y no en los grandes números, para poner en marcha políticas que amparen a quienes están sufriendo. Que no digan que no hay dinero que no es cierto. Los que no tienen para subsistir, los que han perdido su casa, o los que no pueden pagar la luz, o el agua o la calefacción deberían sentirse amparados por las instituciones. Que a esto se ha llegado por la responsabilidad de unos pocos a los que no se les ha exigido nada y a los que por el contrario se les ha ayudado. Ya está bien de monopolizar el dinero de todos en políticas que no sean efectivas. La política más efectiva que pueda haber es ayudar al que lo necesita.
Sólo pido para el año que viene que nos podamos dar cuenta de lo que es realmente importante, y actuar en consecuencia. A ver si retomamos de una vez el norte y nos fijamos ya de una vez en las personas.

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Eso que llamamos España

Vaya por delante mi respeto a toda opinión, sentimiento o percepción de la realidad que cada uno pueda tener. En el contexto de una simple opinión enmarco esta que ahora escribo.
Ayer, el presidente de la Generalitat de Cataluña anunciaba una consulta que pretende realizar en noviembre del año próximo y en la que quiere preguntar a los ciudadanos de Cataluña si desean que Cataluña sea un Estado y si es así, si desean que sea independiente. A mí esto me parece sencillamente surrealista. No sólo porque jurídicamente me parezca algo inviable (¿sobre qué base normativa se asentaría esta consulta?), sino porque considero que los responsables políticos están creando artificialmente un escenario que lleva a un callejón sin salida. Por muy arraigado que sea el sentimiento catalán, por mucho que prevalezca sobre el español, forzar en este momento un debate sobre la independencia de Cataluña, considero que es el mayor error que se pueda cometer. No sé si lo que hay detrás es una especie de desafío; no sé si se es consciente de la trascendencia de lo preguntado; no sé si lo que se persigue es remover conciencias, lo que sé es que esto no es lo que necesitamos los ciudadanos en este momento. Los delirios mesiánicos deberían estar penalizados. Siempre. Y conste que no me asusta que el pueblo catalán se pronuncie, ni que haga toda ostentación de catalanismo que precise; lo que me preocupa es que se fuerce una situación a base de intereses partidarios, sin pensar en las consecuencias que puede tener abrir esta caja de Pandora.
Eso que llaman España no es sólo un precipitado histórico. A quienes se encargan de estudiar la Historia, con asepsia y humildad, le correspondería estos días, ilustrarnos acerca de ese Estado que se empezó a gestar en 1492 con los Reyes Católicos. Está visto que no por antiguos los Estados son más fuertes. Lo estamos viendo en estos días. Deberíamos revisar todo lo que nos une, y no lo que nos separa. Al fin y al cabo, y aunque pueda parecer un tópico, juntos somos más fuertes.

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Constitucionalizando

El próximo viernes se cumplirán 35 años desde que la Constitución española fuera aprobada en referéndum por el pueblo español. Y como todos los años, desde hace ya bastantes, nos situamos en el debate sobre si debería o no ser reformada.
Más allá de que el debate hoy resulte anodino, tras la reforma exprés que el art. 135 CE sufrió tras el ultimátum de Bruselas para que se constitucionalizara la imposibilidad de endeudarse más allá de los ingresos (principio de estabilidad presupuestaria), lo cierto es que nos encontramos en un tiempo en que me parece que no son recomendables cambios de tal envergadura. Simplemente porque en estos momentos en los que todo es volátil, deberíamos reivindicar lo que durante 35 años nos ha unido, por muy débiles que sean a la postre esos lazos.
El Título VIII dedicado a la organización territorial del Estado probablemente haya sido el título sobre el que más se haya discutido. Y no sólo por los pretendidos deseos de independencia de algunos y la necesidad de introducir el federalismo asimétrico por otros. Ahora parece que la causa de la crisis es el Estado autonómico, y se olvida que es este sistema de organización territorial el que durante bastante tiempo ha sostenido a una España democrática. La forma de desarrollar este título VIII, no lo olvidemos, no la precisa la Constitución y quizás lo que habría que plantearse no es la tan traída y llevada reforma, sino la manera de hacer eficiente y eficaz el sistema, sin necesidad de corregir el sistema mismo que salvo algún anacronismo como las diputaciones provinciales, ha demostrado ser solvente.
De todas formas, es la historia del constitucionalismo español la que quizás esté detrás de estos ansiados cambios. No hay que olvidar que hasta la Constitución de 1978 y desde el Estatuto real de Bayona de 1808 se fueron sucediendo hasta once textos constitucionales. La volatilidad fue el sello de todos ellos. El más duradero ha sido la presente Constitución y visto lo visto, ojalá le queden muchos años. A pesar de sus treinta y cinco, hay que reconocer que la madurez todavía le queda lejos.

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